lunes, 31 de diciembre de 2012

Reflexiones 2012

No suelo hacer esto... De verdad que no. Pero este año debe quedar grabado a fuego.

Londres, Madrid, Ronda, Algeciras, Jerez, Cádiz, mi Puerto... Este año he conocido lugares que no me han dejado para nada indiferente. Y me he reencontrado con otros que me han traído recuerdos imborrables.

Londres quedó atrás hace ya meses. Lo dejé, trayéndome un puñal clavado bien hondo y con la promesa de volver algún día. Como alguien me dijo una vez: esa alucinante ciudad es uno de mis horrocruxes.

Madrid. Madrid... Aproveché un vuelo que podría haberme llevado de vuelta a Londres y caí en las calles de esta ciudad... Dejándola atrás sin pena ni gloria... Y dándola por vista sin que me llamara la atención en demasía... No me gusta Madrid.

La bonita Ronda me ofreció la oportunidad de pasar un día inolvidable entre dos personas que se han convertido en pilares para mi. Y Algeciras y sus alrededores se convirtieron en una forma de estrechar lazos con mi gente. Con mis cinco pilares. En los que me sostengo para no caer. Hacía ya tiempo que no me sentía parte de un grupo. Y no me había dado cuenta de cuánto lo echaba de menos.

Jerez me ha vuelto a recibir, haciéndome recordar tiempos muy felices que, grabados a fuego, siempre formarán parte de mi aunque por desgracia no volverán a repetirse.

Cádiz. Mi Cádiz. Mi preciosa Cádiz. Aunque nací entre tus brazos, no te conocía en persona. Pero este año me ha dado la oportunidad de quitarme esa espinita y poder patearme tus calles. Calles llenas de vida. Llenas de luz. Calles que algún día retrataré con mi cámara. Es una promesa.

Y mi Puerto... Mi Puerto chiquito... Que aunque no tenga demasiado que enseñar, es la ciudad que me ha visto crecer. Me ha visto soñar, reír, llorar... Me ha visto caerme y levantarme y me ha visto hacerme fuerte tras los golpes de la vida.

Además de todos estos nuevos lugares, 2012 ha venido cargado de gente nueva y algunos, a su vez, ya conocidos. Gente que, quiera o no, forman ahora parte de mi vida.

Unos llegaron y se fueron tal como vinieron. Otros quedaron ahí, latentes, en un segundo plano, como esperando a un mejor momento. Otros entraron con fuerza aunque algunos aminoraron y llegaron incluso a perderse por el camino... Y otros, mis cinco pilares, forman parte de mis razones para levantarme cada día.

La familia que me acogió con unos brazos no tan abiertos durante el tiempo que estuve en la ciudad que se quedó con parte mía, forma parte de ese grupo de personas que se fueron por donde habían venido. Les doy las gracias por ofrecerme la oportunidad de pasar 10 meses en una ciudad que me roba el sentido, pero la pena de dejarles atrás desapareció en cuanto monté en el metro y me di cuenta de que lo que dejaba atrás era mi querida Londres. Se perdió el contacto... Y para mi sorpresa no me pesa en absoluto.

También he conocido a gente gracias a Twitter. Totales y absolutos desconocidos que un día me dejaron asomarme a una pequeña ventana de su vida. Una ventana que, aunque muy probablemente no merecía encontar abierta, me ha permitido darme cuenta de que hay gente ahí afuera que merece la pena conocer.

Algunos twitteros en mayor medida y otros en menor. Pero no olvido a ninguno. Nunca. @AidilZirtaeb por una imaginación, sencillez y sinceridad que desearía tener por amigas. @AlberPizarro por saber, en su día, sacarme una sonrisa. @Sirventes por su inestimable ayuda a la hora de irme a Londres. @ursulady, @enjuta16,  @Alice_foryou, @carlosmover, @annare123, @Yset_, @carmen__90, @NominoeMisae, @ManuBlaBla, @uvedancer, @EmthoBlog, @llanera_abisal... La lista es interminable. Simplemente gracias.

Y por supuesto, mi gente. Sabéis quienes sois, pero no os hacéis ni puñetera idea de lo importantes que sois para mi. Mis pilares. Sin vosotros, mi vuelta habría sido una pesadilla y muy probablemente no seguiría aquí. Aguantáis mis tonterías. Mi timidez, que sé que a veces os exaspera. Mi genio. Mis noches en vela. Mis salidas de tono. Mis problemas cuando los tengo. Mi cabezonería. Mis manías... Y aún así seguís ahí. Mis pilares. Lo más importante que tengo. Miles de gracias.

Y así. A las cuatro y media de la mañana de un 30 de Diciembre, rememoro los momentos que este año 2012 ha traído consigo. Y me da pena dejar atrás un año tan redondo... Y cuando digo redondo, me refiero a las cifras, sí (no puedo negar que me encanta haber cumplido 22 el 2/2/2012), pero también me refiero a "redondo" porque todo lo que me empujó a huir de la comodidad de mi casa parece que ha ido, poco a poco, desapareciendo.

Es un balance más bien positivo el de este año. Espero que el 2013 también traiga buenos momentos... Aún cuando hay quien dice que es un número feo... Pero a mi me gusta el número 13

Feliz año nuevo a todos. Os deseo lo mejor.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

I don't know what's going on.

I don't know what's going on...
I have no idea at all...
What's wrong?
Maybe it's because you don't wanna be here anymore... Not with me...
And if that's true... Then I shouldn't be thinking of you... You don't deserve it...
Anyway... My door is open... You just have to knock at it...
Lets forget about it... Lets change the story...
Lets find a new story to tell... Anyone?

martes, 4 de diciembre de 2012

Escribir

Escribir por escribir. Porque escribiendo me entiendo.
Escribir por escribir. Por dejar fluir el pensamiento.
Escribir por escribir. Sin futuro ni presente. Sin pensar a donde ir ni en lo que diga la gente.
Escribir por escribir. Aunque no tenga sentido.
Escribir por escribir. Simplemente por alivio.
Escribir... Y no saber qué decir. Aunque quisiera decirlo todo...
Escribir... Dejando el escrito inconcluso o llenándolo a marchas forzadas...
Escribir... Eso me queda: Escribir.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Llego en cinco minutos

No había empezado aún a desperezarme cuando me di cuenta de que algo no iba bien. Parecía que hubieran echado las persianas de todas las ventanas; allí no entraba ni una pizca de luz.
Algo había ocurrido... Pero yo no conseguía averiguar qué era ese algo.
Terminé de espabilarme y fue al intentar levantarme para abrir la ventana cuando me dí cuenta: mi cuerpo no respondía.
De repente, como si saltara un resorte que activara un mecanismo, me vino a la mente una imagen del día anterior. Era lo último que recordaba.
Iba de camino al trabajo cuando sonó de nuevo un aviso de mensaje recibido en el móvil. Normalmente no suelo contestar mientras voy conduciendo, pero esta vez era mi jefe diciéndome que llegaba tarde a una reunión muy importante. Me había quedado dormida en casa porque la noche anterior había estado ultimando los detalles de la presentación. Le contesté que iba en camino y volví a dejar el móvil al lado para concentrarme en la carretera.
Después de eso, no recuerdo nada más. Hasta esta mañana que he despertado con esa sensación agobiante de que algo ya no estaba en su sitio. De que faltaba algo.
Quise hablar, abrir los ojos y ver si veia a alguien en la habitación... Pero algo me lo impedía.
Y entonces lo sentí. Una mano. Una mano se aferraba a la mia. Era tan pequeña que solo podía ser de una persona: Ana, mi pequeña Ana, mi niña.
Mientras intentaba devolverle el apretón sin éxito, la oí sollozar y se me partió el alma.
No sabía qué estaba pasando allí, pero oir a mi hija llorar y no poder hacer nada para consolarla me estaba partiendo en dos.
Aún pugnaba por articular un  "no llores" cuando me di cuenta de que ya no estábamos solas en la habitación.
Había dos personas más. A una no la reconocí, pero la voz de la segunda persona era inconfundible. Tantos años compartiendo una vida hacían imposible que no reconociera esa voz, aunque hubiera estado a kilómetros de distancia. Pero había algo que la hacía diferente... Algo que la hacía triste. Tan triste como el llanto que no cesaba a pocos centímetros de mi.
Ahora sí que me sentía morir por dentro, por no poder abrazar a las dos personas más importantes de mi vida y poder consolarles.
De repente, un pitido interrumpió mi lucha interior y, en cuestión de segundos, la actividad en la habitación se intensificó hasta tal punto que ya no podía ni siquiera oir lo que yo misma pensaba.
Sentí como esa pequeña manita luchaba por aferrarse a la mia mientras alguien le obligaba a alejarse.
Y sentí como la voz de mi alma gemela se desgarraba preguntando qué pasaba allí sin obtener respuesta.
En el momento en que consiguieron soltar a Ana de mi mano, todo me empezó a parecer cada vez más lejano.
Ya no oia el pitido, y las voces, poco a poco, se iban apagando.
Ya no sentía la cama, y tampoco me sentía atada a mi cuerpo. Pero ahora podía ver con claridad lo que pasaba a mi alrededor: enfermeras, médicos, máquinas... Pero todo ello se desvaneció ante mis ojos, que ya solo se fijaban en las dos personas que esperaban con caras compungidas junto a la puerta de la habitación.
Quise decirles que les quería, que todo iba a salir bien, que no se preocuparan, que se secaran las lágrimas...
Pero de mi boca no salió ni una sola palabra. Mis labios permanecieron cerrados hasta que una lágrima rodó por mi mejilla, acompañando a las que bañaban la cara de mi pequeña niña y a las que luchaban por aguantar, sin éxito, en los ojos de mi otra mitad, mi compañero, mi vida.
Y fue entonces cuando me di cuenta. Me iba. Ellos se quedarían aquí, pero yo me iba.
Y mi último mensaje en aquél mundo había sido: "Voy de camino, llego en cinco minutos"

jueves, 8 de noviembre de 2012

Ya estuve aquí en otra vida


En el momento en que pisé aquél aeropuerto abarrotado, me di cuenta de la familiaridad con que mis ojos miraban lo que debería ser un nuevo lugar.
Todo estaba donde se suponía que debía estar, y supe llegar a la salida sin más problema que el de ir esquivando gente. Mis pies parecían saberse el camino a recorrer sin necesidad de que mis ojos se posaran apenas en los carteles indicativos.

La entrada al metro fue aún más singular si cabe. Posicionada a la derecha de las escaleras mecánicas por puro instinto, veía pasar apresurada a la gente por mi izquierda.
Azul, verde, amarillo, rojo, marrón, gris, negro, naranja, celeste… Todo ese amasijo de líneas de colores se me antojaba tan sumamente familiar que no tuve problema alguno para orientarme en aquél laberinto que debiera haberme parecido imposible de descifrar.

Sentada en un vagón que se iba llenando por momentos, aquello me resultón tan familiar que hasta la lengua extranjera que allí se hablaba empezó a parecerme mi propio idioma.

El nombre de mi estación de destino y un “Cuidado con el hueco” me acompañaron a través de la puerta que esperaba abierta y que, tras el conocido pitido, quedó cerrada a mi espalda.

Barreras giratorias colocadas al final de escaleras y pasillos interminables me llevaron finalmente a ver a un viejo amigo.
Seguro que lo conocéis… Aunque ahora le han dado otro nombre, para muchos siempre será “El Gran Ben”.

Solo asomarme por la puerta me permite respirar el ambiente y con un par de pasos más, me encuentro a sus pies. Allí está, donde siempre ha estado…

Y bajo la sombra de semejante emblema, me sumerjo en un mundo en el que ya estuve en otra vida.

miércoles, 24 de octubre de 2012

La puerta está abierta por si quieres entrar


A aquellos que se interesaron, les volví a abrir las puertas. Pero quien no llame al timbre no tendrá la oportunidad de que descuelgue el telefonillo y conteste.

No poseo la habilidad de leer mentes, y por tanto no sé si se quedaron fuera por gusto o por desconocimiento.

Pero independientemente de un motivo u otro, lo cierto es que el timbre está ahí, justo al lado de la puerta. Y si por algún casual no funcionara, siempre quedará el sonido de los nudillo contra la robustez de la entrada.

Y con todo y con eso, yo nunca echo la llave, por lo que existe la posibilidad de entrar a hurtadillas sin necesidad de anunciarte.

Pero lo que no haré será obligarte, eso nunca.

Las puertas están abiertas tanto para entrar como para salir.

No seré yo quien las cierre a cal y canto.

Y solo diré una cosa más: Quien realmente tiene interés, busca. Y a mi es muy fácil encontrarme.

jueves, 11 de octubre de 2012

El marinero de los ojos color mar


No se me olvida aquél marinero. El de los ojos del color del mar.

Estaba absorto con aquél juego cuando pasé a su vera y levantó la vista. ¡Que ojos!

Pareciera que se hubiera sumergido en la gran masa de agua que nos rodeaba en aquél momento y que hubiera llenado su mirada de ese líquido verde-azulado.

Vestía un mono naranja de trabajo que no le hacía favor alguno precisamente… Pero ese mirar lo compensaba todo.

Seguí andando, aunque bien me hubiera gustado perderme en el fondo de sus pupilas, y cuando minutos después desandé mis pasos, ya se había ido.

Solo quedaba el recuerdo de aquellos ojos que robaron mi atención por unos segundos.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Depende de ti


La pelota vuelve a estar en tejado ajeno. Por mucho que coja la escalera, siempre termina volviéndose a embarcar.

No parece que el dueño del tejado tenga intención alguna de bajarla. El problema es que mi escalera, tarde o temprano, terminara desgastándose.

¿Y qué pasará si la escalera se desgasta? La pelota quedará olvidada.

Primero días. Luego semanas. Y ya suman meses.

Hasta el día en que una ráfaga de viento tire la pelota del tejado.

Pero para entonces, ambos habremos olvidado de qué color era y ya no nos pararemos ni a mirarla, porque ya no tendrá sentido.

Habrá dejado de importarnos.

En tu mano está lanzarla o dejarla a merced del viento.

viernes, 14 de septiembre de 2012

I miss you


Me pongo a recordar y me doy cuenta de que echo de menos mi vida en Londres…
Pero cuanto más rememoro, más claro me queda que lo que echo de menos es la ciudad y esos fines de semana en los que la recorría.

De la familia con la que conviví durante diez meses, me quedan un puñado escaso de buenos recuerdos empañados por los malos ratos que me hicieron pasar.
Por cada anécdota graciosa, sale a relucir otra que me recuerda que aquello nunca fue para mi un hogar.

Me doy cuenta de que no siento apego alguno por esa gente que quedó allí, y que esas lágrimas que rodaron mejilla abajo cuando monté en el metro de camino al aeropuerto no eran por quienes allí quedaban, sino por esos fines de semana en que yo era la única dueña de mis propios pasos. Esos fines de semana en que jugaba a perderme entre las calles de esa gran ciudad.

Ahora me doy cuenta de que mis lágrimas no iban dirigidas a quienes me dieron un techo durante diez meses. Lloraba por la libertad que dejaba atrás al volver a casa.