jueves, 30 de agosto de 2012

Era una turista

Mira por la ventana y ve la calle desierta. No hay ni un alma. ¿Quién va a pasear a esas horas con el calor que hace?

Se asoma al balcón tratando de buscar una corriente de aire, pero no hay forma. Solo siente el calor y el sudor que resbala por su espalda.

Ya va a meterse para dentro cuando la ve, andando calle arriba, sola. No era de allí. Lo sabía por la cámara de fotos que colgaba a su espalda, aunque bien podría haberlo sido.

Desde aquél balcón la observó acercándose.
- Que forma más extraña de llevar una cámara.-pensó.
Había pasado por la cinta el hombro izquierdo y la había llevado hacia atrás para que no le diera golpes en la barriga al andar.

Justo en el momento en que pasó por delante de aquél balcón, los ojos marrones de ella se cruzaron con su mirada desde el otro lado de la calle y fue entonces cuando lo sintió.

-Así que esto es lo que llaman flechazo.

jueves, 16 de agosto de 2012

Sabor a despedida

Estaba allí, sentada en aquél banco que había sido testigo de nuestras charlas. Aquél que nos había visto besarnos por primera vez. Aquél que había compartido risas. Aquél que ahora contaba lágrimas.

No me dijiste adiós. Esa palabra no fue pronunciada en ningún momento. Ni siquiera un "hasta luego" o un "que te vaya bien". Pero tampoco hacía falta que dijeras nada. Tu mirada esquiva reveló tus intenciones.

Aun así, un puñado de palabras vacuas salieron atropelladamente de tu boca, sin darme tiempo a reaccionar ante lo que, irremediablemente se avecinaba.

Y es que antes de que hubieras dicho nada, aquello ya sabía a despedida.

martes, 7 de agosto de 2012

Viaje en tren

Ensimismada como está en su lectura, la gente sube y baja del vagón del tren de manera imperceptible para ella. No presta oídos ni a los avisos por megafonía porque sabe que su parada es la última.

Cuando el tren empieza a frenar, acercándose ya a su destino, Ana divisa una mancha amarilla por el rabillo del ojo que le hace levantar la vista del libro que está leyendo. Un coche.

La carretera corre justo al lado de las vías del tren y el coche, que parece querer ganarle la carrera al tranvía, pasa de largo como un borrón amarillo.

Ya desvelada de su lectura y sabiéndose cerca del final de trayecto, coloca la señal en la página que tiene abierta y guarda a su compañero de viaje en el bolso que descansa sobre su regazo.

Es en ese momento cuando gira la cabeza hacia la ventana que está al otro lado del pasillo y se lo encuentra de bruces: el mar.