Aguanta. No llores. A la gente no le gustan las lágrimas, sino las sonrisas...
Y así construyó su máscara. Decidió que nadie vería una lágrima. Guardaría todas tras un muro.
Con el tiempo el muro fue creciendo y se olvidó de cómo se sentía al estar al otro lado. La máscara se convirtió en segunda piel y los días pasaron mientras se acostumbraba a vivir de puertas para fuera y a sentir de puertas para dentro.
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