jueves, 8 de noviembre de 2012

Ya estuve aquí en otra vida


En el momento en que pisé aquél aeropuerto abarrotado, me di cuenta de la familiaridad con que mis ojos miraban lo que debería ser un nuevo lugar.
Todo estaba donde se suponía que debía estar, y supe llegar a la salida sin más problema que el de ir esquivando gente. Mis pies parecían saberse el camino a recorrer sin necesidad de que mis ojos se posaran apenas en los carteles indicativos.

La entrada al metro fue aún más singular si cabe. Posicionada a la derecha de las escaleras mecánicas por puro instinto, veía pasar apresurada a la gente por mi izquierda.
Azul, verde, amarillo, rojo, marrón, gris, negro, naranja, celeste… Todo ese amasijo de líneas de colores se me antojaba tan sumamente familiar que no tuve problema alguno para orientarme en aquél laberinto que debiera haberme parecido imposible de descifrar.

Sentada en un vagón que se iba llenando por momentos, aquello me resultón tan familiar que hasta la lengua extranjera que allí se hablaba empezó a parecerme mi propio idioma.

El nombre de mi estación de destino y un “Cuidado con el hueco” me acompañaron a través de la puerta que esperaba abierta y que, tras el conocido pitido, quedó cerrada a mi espalda.

Barreras giratorias colocadas al final de escaleras y pasillos interminables me llevaron finalmente a ver a un viejo amigo.
Seguro que lo conocéis… Aunque ahora le han dado otro nombre, para muchos siempre será “El Gran Ben”.

Solo asomarme por la puerta me permite respirar el ambiente y con un par de pasos más, me encuentro a sus pies. Allí está, donde siempre ha estado…

Y bajo la sombra de semejante emblema, me sumerjo en un mundo en el que ya estuve en otra vida.

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