Ensimismada como está en su lectura, la gente sube y baja del vagón del tren de manera imperceptible para ella. No presta oídos ni a los avisos por megafonía porque sabe que su parada es la última.
Cuando el tren empieza a frenar, acercándose ya a su destino, Ana divisa una mancha amarilla por el rabillo del ojo que le hace levantar la vista del libro que está leyendo. Un coche.
La carretera corre justo al lado de las vías del tren y el coche, que parece querer ganarle la carrera al tranvía, pasa de largo como un borrón amarillo.
Ya desvelada de su lectura y sabiéndose cerca del final de trayecto, coloca la señal en la página que tiene abierta y guarda a su compañero de viaje en el bolso que descansa sobre su regazo.
Es en ese momento cuando gira la cabeza hacia la ventana que está al otro lado del pasillo y se lo encuentra de bruces: el mar.
Cuando el tren empieza a frenar, acercándose ya a su destino, Ana divisa una mancha amarilla por el rabillo del ojo que le hace levantar la vista del libro que está leyendo. Un coche.
La carretera corre justo al lado de las vías del tren y el coche, que parece querer ganarle la carrera al tranvía, pasa de largo como un borrón amarillo.
Ya desvelada de su lectura y sabiéndose cerca del final de trayecto, coloca la señal en la página que tiene abierta y guarda a su compañero de viaje en el bolso que descansa sobre su regazo.
Es en ese momento cuando gira la cabeza hacia la ventana que está al otro lado del pasillo y se lo encuentra de bruces: el mar.
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