lunes, 28 de mayo de 2012

Aquella sonrisa


Entre las cortinas entreabiertas de la venta asoma un rayo de luz que calienta su cara mientras se despereza. Aún medio dormida, recuerda el sueño que le ha hecho despertarse con esa sensación de paz. Esa sensación de tranquilidad con la que rescata de su memoria aquellos momentos de su niñez.

Hace ya tiempo que él se había marchado “a un lugar mejor” le dijeron, pero aun así, no se había quedado tranquila. No pudo despedirse, y eso le pesaba en el alma. Hasta aquella mañana.

Tres semanas después de tener que decirle adiós, había vuelto, en sueños, para darle la oportunidad que el trabajo y los horarios le robaron.

Él la había criado y querido como hija suya. Y aunque últimamente los achaques de la edad le habían agriado un tanto el carácter, para ella siempre tenía esa sonrisa sincera que dejaba al descubierto todos sus dientes. Cada vez que recordaba aquella sonrisa, le venía a la cabeza la conversación que un día, siendo aún pequeña, tuvieron:

- Abuelo, ¿por qué tú tienes todos los dientes, si a los viejitos se les caen?
- Porque yo no soy viejo, Ana.
- Pero un poquito viejo sí que tienes que ser, ¿no ves que eres el papá de mi mamá?
- Pero el ser viejo y cumplir años no significa lo mismo.
- Pero... ¡Eso no puede ser!
- No te preocupes hija, ya lo entenderás.

Ahora recordándole, se daba cuenta de la gran verdad que entrañaban las palabras de su abuelo. Él nunca llegó a ser viejo, solo cumplía años. Porque nunca dejó que su edad le frenara.

Ahora que se había ido, cada vez que ella le recordara, lo haría con esa sonrisa que tanto le gustaba. Esa sonrisa tan poco común de un viejito.

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