Estaba allí, sentada en aquél banco que había sido testigo de nuestras charlas. Aquél que nos había visto besarnos por primera vez. Aquél que había compartido risas. Aquél que ahora contaba lágrimas.
No me dijiste adiós. Esa palabra no fue pronunciada en ningún momento. Ni siquiera un "hasta luego" o un "que te vaya bien". Pero tampoco hacía falta que dijeras nada. Tu mirada esquiva reveló tus intenciones.
Aun así, un puñado de palabras vacuas salieron atropelladamente de tu boca, sin darme tiempo a reaccionar ante lo que, irremediablemente se avecinaba.
Y es que antes de que hubieras dicho nada, aquello ya sabía a despedida.
2 comentarios:
Les despedidas duelen incluso auque puedan preverse de antemano, pero diría que la ausencia de las mismas nos marcan todavía más.
Hay que ser muy cobarde para no pronunciar un "Adiós". Por la otra persona, pero también por ti mismo.
Saludos.
Perséfone: Ciertamente, es la ausencia de despedidas lo que más marca. Es el dejar una historia inconclusa lo que nos deja con el sentir de que aquello no ha acabado. Es la ausencia de un cierre lo que deja la herida abierta.
Me alegra volver a leerte.
Un saludo
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