miércoles, 2 de mayo de 2012

Suspiro (28/4/2012)


Un suspiro. Es todo lo que consigo articular, montada ya en el avión y esperando para partir.

Esto se acaba. Verdaderamente se acaba.

Hasta ahora mi mente me ha tenido tan absorta que no me había dado ni cuenta. Mucho menos me había parado a pensar en ello, y por consiguiente, ahora viene todo de golpe como una tormenta o un vendaval, llámalo como quieras, pero ahora es cuando duele.

Duele por todo lo que dejo atrás: una ciudad que me ha robado parte del corazón y, si me apuras, del alma. Y por supuesto, esas cuatro personas que durante casi 11 meses han sido mi familia, aunque con sus más y sus menos.
Cierto es que he rajado de ellos. Cierto es que no me han tratado como se espera que tu familia te trate, pero aun así yo les siento como parte de mi vida.

Ha sido en el metro cuando todo me ha sobrevenido, pero en cuanto he bajado en la terminal, la marea de sentimientos ha quedado relegada al tener que centrarme en los trámites que, como todos sabemos, se tienen que hacer en un aeropuerto. Yo ya había hecho el check-in online con la intención de ahorrar tiempo de esta manera, pero al no haberme facturado la segunda maleta la web, he tenido que facturarla en el mostrador, lo que me ha supuesto tener que aguantar que me marearan entre dos mostradores porque la primera persona que me atendió no daba pie con bola.

Tras pasar por fin el control, me encaré a las pantallas en la que indican a qué corral debe ir cada cabeza de ganado, para descubrir que la puerta de mi vuelo no aparecía por mucho que se acercaba la hora.

Cuando por fin apareció el número y la letra (A22), me dirigí hacia allí para esperar 15 minutos ante una puerta cerrada y finalmente darme de bruces con un “Delayed” en pantalla.

Ahora, ya por fin en el avión, mientras nos cuentan que el retraso es debido a  restricciones del aeropuerto y que no tiene nada que ver con la compañía (ellos nunca tienen culpa de nada), miro por la ventana el cielo gris y de nuevo me sobrevienen esos sentimientos que habían quedado escondidos en un rincón.

Esto se acaba. Se acaba de verdad.

Se acaban los madrugones, las broncas, los malos modos, el terminar el día destrozada… Pero también se acaban las risas, los buenos momentos, los paseaos de ida y vuelta al colegio entre las preocupaciones y alegrías de una cría de 10 años, los abrazos despreocupados y sin límite, el sentarse en el sofá y tener inmediatamente a una de las niñas encima…

Quiero irme, pero a la vez no quiero. Quiero quedarme, pero también quiero volver a casa.

Me siento dividida en dos, aunque materialmente eso sea imposible.

No soy yo persona de pedir muestras de afecto, pero ahora mismo gritaría al cielo que me mandara un abrazo.

La necesidad de sentir unos brazos alrededor mío, un hombro en el que apoyarme, no es algo que me sobrevenga muy a menudo, y ahora no hay nadie aquí para darlo.

Aunque quizás sea mejor así, porque no me gusta que me vean llorando.

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